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Tres vidas después del colapso en Pedro Goyena 555

Las víctimas afirman que el mayor desafío fue rehacer sus vidas y mantienen la esperanza de, algún día, poder regresar.

Por Josefina Abichacra

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Lo que alguna vez fue un hogar se convirtió en una montaña de escombros en cuestión de segundos. El 8 de febrero de este año, se desplomó un PH en la avenida Pedro Goyena 555 en Caballito. El derrumbe no solo cobró dos vidas, sino que también dejó varias familias despojadas de su lugar de pertenencia. Estas son las historias de Lucas, Tania y Martina. 

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Lucas Ramagnano 

 

Lucas Ramagnano tiene 28 años y vivió en el departamento número 6 del PH toda su vida junto con su madre Susana y su abuela Norberta. Por el día, trabaja en la Librería Aguilar sobre la cuadra de su edificio y de la construcción que colapsó y, por la noche, estudia medicina en la Universidad de Buenos Aires. Actualmente, vive a cinco cuadras de aquel lugar donde creció, aunque anhela que este sea reconstruido. Actualmente, vive a cinco cuadras de aquel lugar, aunque anhela que se reconstruya para volver a vivir donde creció. 

 

No solo la noche del derrumbe, sino que por varios meses, Ramganano se alojó en la casa de un amigo a pocas cuadras de su trabajo. Aun así, se separó de su madre y de su abuela, ya que ellas se alojaron en la casa de la hermana de Lucas, en Villa Luro. Luego, consiguió mudarse al departamento donde se encuentra actualmente.  

 

Ramagnano, ya resignado, admitió que lo más difícil, luego del derrumbe, es haber tenido razón y que nunca escucharan sus denuncias. “La bronca que te da que no te den bola”, sostuvo. Para él, las pérdidas materiales pasan a un segundo plano frente al hecho de que hayan menospreciado sus reclamos. 

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Ramagnano confía en la reconstrucción del PH y afirma que nunca encontrará otro lugar como ese.

Crédito: Gentileza de Ramagnano

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Se percibe como una persona resolutiva. Tanto es así que luego del derrumbe Susana, su madre, tuvo la mala fortuna de contagiarse de dengue y Lucas asumió todas las responsabilidades administrativas. Para él, la respuesta no es abandonar la causa y olvidarse del asunto. “Hay que buscar soluciones y terminar con esto”, confesó el joven. 

 

Si bien admitió que agradece haber conseguido un lugar cerca de su trabajo, sostuvo que no es la misma comodidad que la de su hogar. “Miro por la ventana  y veo caras que no conozco”, confesó nostálgico. La calidez y la familiaridad de su antigua casa, junto con esos pequeños detalles diarios que solían reconfortarlo, ahora le parecen recuerdos distantes.

 

Tania

 

Tania (que resguardó su apellido) tiene 39 años y dos hijos adolescentes. Durante once años vivió en el PH. Al igual que Lucas, encontró un lugar nuevo a pocas cuadras de su antigua residencia. Sin embargo, la búsqueda no fue fácil. La mujer sostuvo que con tres mascotas a su cargo, incluida una gata que adoptó de los vecinos fallecidos, le resultó complicado hallar un alquiler amoblado que se ajustara a sus necesidades.

 

El día del derrumbe solo tenían lo que llevaban puesto, por lo que fue difícil para la familia conseguir todo de un momento a otro. Tania confesó que, si bien un tiempo después tuvo la posibilidad de ingresar a buscar algunas cosas, ahora necesita otras y no hay fecha para reingresar. “Ahora cambia el clima y no tenemos ropa de verano, solo tenemos las cosas que sacamos en su momento”, explicó. 
 

Para la mujer, lo más doloroso es ver a sus hijos crecer y que no sea en su hogar. Uno de ellos sigue añorando su antigua casa y se pregunta si algún día podrá regresar. “Ellos se fueron de una manera y van a volver de otra”, expresó su madre en un tono melancólico. Tania comprende que la edad que atraviesan sus hijos de por sí es complicada; por lo tanto, admitió que les costó procesar lo sucedido. 

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“Es un desgaste emocional muy grande. Todo el tiempo buscamos formas y recursos para sostenernos”,

dijo Tania.​​​

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Martina de Ines

 

Martina de Ines tiene 20 años, trabaja en un estudio de tatuajes y vivió toda su vida en el departamento número 3 del PH junto con su mamá, Ana María. Ese día, el Grupo Especial de Rescate (GER) logró evacuar a 19 personas de sus respectivas casas. Sin embargo, el peligro inminente y la urgencia del momento impidieron que las víctimas pudieran llevarse lo que quisieran. Esto significó que muchas mascotas quedaron atrapadas en el caos. 

 

Agatha es su gata de color naranja que no fue encontrada hasta nueve días después del 8 de febrero. “Fui todos los días después del derrumbe a esperarla día y noche, con frío o con lluvia”, confesó Martina. Fueron unas vecinas las que le avisaron que la habían rescatado. "Fue un gran alivio", recordó con emoción. "Cuando la vi, no podía creer que no tuviera ni un rasguño; estaba asustada, pero sana", dijo de Ines.

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​De Ines destacó el trabajo de los bomberos durante el rescate. “Son unos genios”, aseveró.

Crédito: Gentileza de Martina de Ines

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La joven aseguró que, debido a la distancia para llegar a su trabajo, no pudo alojarse en lo de su hermano junto con su madre. Por esto, por un tiempo, tuvo que adaptarse a dormir en el sillón plegable de su estudio y acostumbrar a bañarse en un gimnasio a pocas cuadras. “Mi vida cambió mucho y me las tuve que arreglar sola”, confesó. 

 

Aunque lo material no es lo más importante, para Martina esa casa tenía un valor incalculable. Era el lugar donde creció, donde jugaba con sus hermanos, donde hizo sus primeros tatuajes; en definitiva, su hogar durante 20 años. “Mi mamá guardaba cuadernos míos de cuando era una niña”, dijo de Ines. 

 

La joven remarcó lo difícil que es perder todo. Siente que el colapso es algo que nunca podrá olvidar. Admitió que si pudiera volver a su hogar le daría mucho más valor. “Hay que aprender a apreciar las cosas cotidianas; porque después, un día, la vida te toma de sorpresa”, reflexionó. 

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El caso de Martina y su gata, Agatha, obtuvo trascendencia por una publicación que hizo en Twitter. 

Crédito: Gentileza de Martina de Ines

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Las víctimas continúan adelante a pesar de las pérdidas materiales y emocionales. Enfrentan sus días con resiliencia y tienen la esperanza de que, algún día, puedan recuperar no solo su hogar, sino también el sentido de pertenencia y la estabilidad que les arrebató el derrumbe. ​​​​​​

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