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Una reconstrucción momento a momento de la tragedia del 8 de febrero en Caballito

El día del derrumbe en Pedro Goyena, según los testimonios de sus protagonistas. 

Por Chiara Perin

Los vecinos recuerdan bien lo que sucedió ese día. “Nosotros ya sabíamos que eso iba a pasar, solamente no sabíamos cuándo”, opina Martina de Ines, vecina de 20 años, que vivía desde chica en la propiedad horizontal (PH) con su mamá.

 

El jueves 8 de febrero de 2024, una fosa a cielo abierto se encontraba cubierta de escombros en la avenida Pedro Goyena 551, Caballito. A su izquierda, el antiguo PH reflejaba la tragedia que había transcurrido en las últimas horas. Tras conflictos con la constructora y denuncias que fueron ignoradas, con tristeza los vecinos concuerdan que lo que ocurrió no fue una sorpresa. 
 

“Ese mismo día, nosotros ya estábamos con un ojo en el asunto porque mi vecino que falleció, dos o tres horas antes de que pasara todo, estaba mandando audios por el grupo de inquilinos, llorando porque le había salido una grieta en el techo”, comparte De Ines.

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Lucas Ramagnano, de 28 años, vivió en el PH con su mamá y su abuela toda su vida. Esa mañana había ido a trabajar a la Librería Aguilar, dos lotes más abajo. Al recordar esas horas previas al desastre, agradece cómo milagrosamente su madre y su abuela habían leído mal la fecha de un turno médico, por lo que estaban fuera de la casa.

De Ines decidió salir temprano para entrenar en el gimnasio cercano a su estudio de tatuajes en Microcentro. Cuenta que en ese momento su mayor preocupación era cómo salir del gimnasio con la lluvia. “Jamás imaginé lo que estaba pasando en mi casa”, lamenta.  Un rato antes, le había escrito a su mamá para contarle que se había hecho lentes nuevos, pero nunca le respondió. 

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Alrededor de las 12.45, una tormenta de nivel amarillo envolvía la ciudad. Entre las grietas y la lluvia, el PH habitaba el momento culmine de su propia película de terror. Minutos más tarde, los temores se cumplieron: las paredes cedieron y el PH se derrumbó. ​​

Reconstrucción sonora
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“Estaba trabajando en la escuela, cuando me llegó una foto del pasillo que había desaparecido y los audios de desesperación de mis vecinos”, explica Tania (prefirió no mencionar su apellido), de 39 años, quien vivía en el PH hace 11 años con sus hijos adolescentes. “Mis hijos estaban ahí, me quedé en shock y empecé a tratar de comunicarme con ellos”, relata conmovida. 

​Ramagnano seguía en la librería, cuando una compañera se acercó a decirle: “Pasó algo en tu casa”. Detalla cómo en ese momento, las personas llegaron a comparar el ruido del colapso con el caso de la explosión en la AMIA. Tras enterarse, Ramagnano corrió al PH. “Llego y veo por afuera que ya no había pasillo, no podía creerlo”. 

Luego de confirmar que su mamá y su abuela estaban bien, mandó desesperado mensajes al grupo de Whatsapp de los vecinos del PH para que ninguno saliera al pasillo que se había derrumbado. “Pensaba en uno de los vecinos que vivía adelante y era ciego y sordo; podía terminar muy mal”, razona Ramagnano.

​Cuando logró llegar a su estudio, a De Ines le llegaron varios mensajes preguntando si estaba bien. “Me enteré de lo que pasó porque fui y busqué en Google”. Inmediatamente llamó a su mamá que estaba en la casa. Cuando logró contactarla y le dijo que estaba bien, De Ines corrió -aún vestida de gimnasio- a la avenida. “Fue durísimo”, resume. 

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Los rescatistas del caso, de izquierda a derecha: bombero superior Borraz, teniente Falcon, subteniente Matey, subteniente Codeluppi, bombero superior Domen y bombero superior Gaitan.

Crédito CP. 

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Crédito: CP.

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Rodolfo Godoy, jefe de la estación de busca y rescate del K9 y el cuerpo de bomberos de la ciudad.

Crédito: CP.

Crédito: CP.

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En Riglos 959, a siete cuadras, el Grupo Especial de Rescate (GER) recibió a las 13 el llamado y la operación se puso en marcha. En instantes, el equipo ya estaba en la escena. “Cuando logré llegar estaba lleno de bomberos y policías; no me dejaban pasar, era una película de terror”, Tania.

Rodolfo Godoy, jefe de la estación de busca y rescate del K9 y el cuerpo de bomberos de la ciudad, fue la persona a cargo del caso. Al llegar, llovía bastante y rápidamente tuvo que analizar la situación. Se trataba de una construcción -cerrada en el frente-, con una fosa de alrededor de 6 metros que había producido el colapso de la medianera que separaba el agujero del PH a su izquierda. El PH era más o menos de 30 metros de largo, por 6 metros de alto, y el derrumbe había afectado la pared y el piso de la planta baja y el piso y pared del primer piso. 

 

Abajo, en la fosa, aún trabajaban ocho o nueve obreros entre los escombros. “Toda la gente estaba con ganas de salir por el miedo y el ruido que se había producido”, comenta Godoy.

“Llegué a ver a una persona que salió al pasillo y estuvo a nada de caer al abismo, pero justo le pegaron un grito y fue para el otro lado”, recuerda Ramagnano. 

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Referencia

  • P (azul): policía​

  • P (amarilla): parking camiones

  • S: SAME

  • B: bomberos

  • U: unidad de pacientes

  • C: comando de incidente

 

Crédito CP. 

A las 13.40 se realizó la evacuación de todos los operarios que habían permanecido en la fosa por resguardo. Mientras se aseguraba la escena -se cortó la calle y se despejó el lugar- Godoy escanaba la situación.  “Había un montón de gente, estaba todo cortado”, recuerda De Ines. “Al principio no me querían dejar pasar porque no entendían que yo vivía ahí, pero había muchos vecinos de la zona”, insiste. “En Caballito estamos todos muy unidos, por lo menos en esas calles”. 
 

13.55, la decisión de Godoy fue evacuar a las personas que todavía se encontraban en el PH. “Como el pasillo que conectaba toda la propiedad horizontal estaba derrumbado o con peligro de derrumbe, para evitar mayores víctimas, lo que se nos ocurrió en ese momento fue evacuar a la gente por los techos de las casas linderas”, explica Godoy.  “Lo primero que hacemos siempre es ver el lugar más seguro por donde los podríamos sacar”. Así, 11 personas descendieron las escaleras acompañadas de bomberos. 

Para poder realizar la evacuación por el techo de las propiedades linderas, la comuna tuvo que talar un árbol que obstruía el paso.

Crédito: gentileza Fedérico Ballan, jefe de la comuna.

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Seis metros hacia abajo, la situación era más complicada. El único acceso a la fosa era una escalera clásica de obra, de madera e inestable. El terreno no era liso, todo era barro y el agua seguía cayendo, había tabiques de contención a medio hacer. “Era bastante dificultoso caminar por ese sector y persistía el riesgo de un posible derrumbe”, señala Godoy. 

A su vez, no había visibilidad. Entre la lluvia y el cielo nublado, no había luz natural, todo era oscuridad. “No podíamos ni siquiera estabilizarnos para poder sacar escombros”, cuenta Godoy y explica cómo fue cuestión de acomodar las maderas de la construcción para idear pequeños puentes. 

Aún trabajando en silencio, el ruido envolvía a los rescatistas. “Nosotros tratamos de no hacer hiper foco, para eso hay un jefe -como yo- que está a cargo de tratar de ver todo el panorama, de escuchar todo a través de la delegación”, explica Godoy al recordar un caso particular. Luego de finalizar la evacuación y las víctimas eran redirigidas hacia los controles médicos, un vecino se acercó a un rescatista para advertir que faltaba un hombre. Tras recibir la información y hablar en primera mano, Godoy entendió que se trataba de una persona que sufría de hipoacusia. “No escucha, entonces ni se enteró”, resume. ​​

En paralelo, la impresión del colapso de los vecinos evacuados fue reemplazada por la preocupación por sus hogares. “Las personas estaban afuera llorando que querían entrar, y yo insistía para que no entraran. Estudio medicina, entiendo que es bastante complicado razonarlo en ese momento, pero querer entrar a ese lugar no ayuda, solo entorpece”, comenta Ramagnano. “Dos víctimas podrían haber sido tres”. 

“A veces somos muy egoístas”, reflexiona Godoy. “Estamos hablando de buscar una persona y quieren sacar un televisor, la play. Son cosas que tienen que ver con el ser humano que a veces puede ser tan mundano”. 

Agatha, la gata de De Ines, había quedado atrapada en el PH. “Cuando se derrumbó, mi mamá salió caminando por un pedazo de pasillo que quedaba, pero como tiene esclerosis múltiple se le hace complicado caminar, y claramente no pudo tomar a mi gata”, se lamenta. “Los próximos días fueron muy duros, no sabía si ella estaba viva o no”.  

“La única persona de la que me acuerdo fijo es de la sobrina de las personas que fallecieron, que quiso entrar y la tuve que correr y agarrar para decirle que no”, se lamenta Ramagnano.

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De izquierda a derecha: Mariano Garffigna con Fly, Lautaro García con Tyson, Agustín Pennello con Kaia, y Nazareno Martinez con Zeus.

Crédito: CP.

Cuando terminaron ese rescate preventivo, todavía no tenían un dato oficial de cuánta gente faltaba, entonces comenzaron la segunda etapa: la búsqueda técnica o búsqueda canina. “El derrumbe era de 8 por 30 metros, sin los perros tengo que levantar todos esos escombros, en cambio el perro te da un dato puntual de dónde puede llegar a estar una víctima”, explica Godoy. 

El primer binomio estaba compuesto por Tyson, un ovejero aleman negro, y Lautaro García. Mientras Godoy se ubicaba en la fosa para poder hacer un control de seguridad, Tyson olía el territorio. Pocos minutos después, comenzó a ladrar hacia arriba, hacia el PH. 

En duda, Godoy ordenó que todos los bomberos salieran de la propiedad, pero el ladrido todavía se dirigía hacia arriba. Tras el cambio de binomio, Zeus -un labrador macho de dos años y medio en conjunto con Ezequiel Medina- siguió la misma dirección. “Entonces dijimos ‘bueno, algo tiene que haber arriba’”, señala el jefe del K9. 

El equipo subió la escalera a uno de los departamentos que daba al contrafrente en el primer piso, a un living de más o menos 3 por 4 metros. Parte de la pared, el techo y el piso estaban caídos, todo era escombros de una profundidad de 80 centímetros. Zeus ladró en un punto específico, y se comenzó a escarbar. ​​El reloj marcó las 14.19, cuando a los pocos centímetros de búsqueda, hallaron una mano. Tomaron su pulso y estaba sin vida. Se trataba de Nélida Acuña, una mujer de 81 años.​ Luego de realizar las tareas para la orden judicial, era momento de continuar la búsqueda abajo. 

En la excavación, entra el tercer binomio: Fly, una border collie, y Mariano Garffigna. Con el PH ya vacío, el ladrido se centró en un bloque de 2 por 2 de la medianera. Fly comenzó a dar vueltas y vueltas. Zeus, lo mismo. De a poco, rompían los bloques. “Es un trabajo medio de hormiga el derrumbe, porque tenemos que tener cuidado si hay una víctima con vida debajo de nuestros pies”, indica Godoy. 

“Escuché a una persona pidiendo ayuda, que creo que era uno de los fallecidos. Se ve que cuando se derrumbó, no murió en el instante, sino que quedó bajo los escombros”, revela Ramagnano. Finalmente, 18.17 la guardia de GER encontró una extremidad, tomaron su pulso y el médico certificó el deceso de Ramón Acuña, hermano de 77 años de Nélida.

​Con esas últimas dos víctimas localizadas, no quedaban personas reportadas que faltaran. “La señora era hermana del señor, se ve que estaban preparándose para un turno médico -según dichos de familiares- porque el señor -que fue hallado desnudo- estaba bañándose. Fue justo en ese momento”, se lamenta Godoy. ​

Recreación del rescate del derrumbe con la ayuda del GER y el K9.

Crédito: CP.

Godoy destaca que, a pesar de tener 25 años de experiencia, el miedo y el estrés nunca desaparecen, pero arriesgarse es parte del juego. Enterrados en barro, envueltos en lluvia y oscuridad, el derrumbe no fue la excepción. A su derecha, un edificio. A su izquierda, una pared que no estaba del todo hormigonada, a la cual le faltaban tabiques, mientras que otros estaban desmoronados. Una pared sin sustento. 

​“Es un momento de riesgo tanto para las personas como para los perros, por eso es una operación muy muy quirúrgica”, explica Godoy. “Siempre decimos ‘no queremos sumar más víctimas’, pero hay un bichito de miedo que tenemos que es lógico, porque el miedo es lo que te mantiene vivo”.

El grupo de rescate volvió a entrar a los perros y volvieron a limpiar toda la zona. “Nosotros lo que tenemos que hacer es no confiarnos, sino siempre buscar un poco más”, explica el comandante del K9.

A las 19.33, Godoy y Mariano Martín Ledesma, jefe de la Brigada especial de rescate del cuerpo de bomberos de la ciudad, se veían envueltos en sirenas y barullo. Mientras los medios intentaban cubrir el suceso y las personas buscaban ingresar para recuperar sus pertenencias, los jefes a cargo del rescate decidieron cerrar la jornada. “Hay que estar muy seguros con levantar todo el operativo, es una responsabilidad”, resalta Ledesma.​​​

En el silencio de la noche, los sobrevivientes pelean el sueño en la incomodidad de sus refugios temporales. Los recuerdos del día y las preocupaciones por su futuro les impide cerrar los ojos. Ramagnano, De Ines y Tania cuentan que esa primera noche tuvieron que separarse de sus familiares por lo difícil que resultó encontrar lugar para todos. 

“Cuando finaliza es más sencillo porque una charla con un amigo, un vecino, un familiar, te va liberando un poco la carga que tenés, pero en el momento lo único que te queda es entender que entraste para esto”, reflexiona Godoy. “Ser bombero es en parte arriesgarse en un momento para tratar de salvar a alguien, entrenamos mucho para eso”. 

“Aún cuando pasaron todas las cosas, quedó el audio de (Ramón) en el grupo”, lamenta De Ines. “Él ya sabía que iba a pasar”.

 

En la oscuridad, el ruido del día abandonó la avenida Pedro Goyena. A la altura 555, en el piso más alto, la intimidad de una casa quedó expuesta a la intemperie. Desde la calle aún se puede apreciar un cuarto amueblado, cuadros con recuerdos y una cruz religiosa al borde del vacío.  

Escombros
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